Fue en los primeros meses de 1936 cuando el padre Enrique Del Valle, provincial de la Compañía de Jesús, aprobó la fundación de la Obra Nacional de la Buena Prensa: una editorial que a partir de allí se instalaba en México con la idea de unificar el prolijo apostolado de la prensa que diversos jesuitas tejían desde diferentes lugares del país. Su objetivo central: difundir en letra impresa la palabra de Dios.
El elegido para echar a andar esta aventura fue un jesuita de anteojos redondos y ágil pluma. Desde la residencia de Saltillo, Coahuila, el padre José Antonio Romero ya venía dirigiendo varias publicaciones periódicas que se adhirieron a la nueva empresa: Cultura, Favores del Padre Pro o la superviviente Vida del alma, comenzaron con él a principios de la década. Ahora tocaba reunir, en una oficina del sur de la ciudad de México, todos los esfuerzos editoriales que manaban de las máquinas de escribir de numerosos escritores y periodistas ligados a la causa católica.